
¿Recuerda alguien la encantadora película 'Liberad a Willy'? ¿No era curioso que la orca—'Willy' en la película, 'Keiko' en la vida real—tuviera la aleta dorsal doblada?
Las orcas en libertad no tienen la aleta dorsal—que puede llegar a medir dos metros en los machos, como 'Keiko'—doblada casi nunca. Pero entre las orcas en cautividad eso es muy común, incluso entre las hembras, que la tienen mucho más pequeña. Por poner un ejemplo, apenas el 1% de las orcas de la Columbia Británica, en Canadá, tienen colapsada la aleta dorsal. En los acuarios, sin embargo, entre el 60% y el 90% de los machos sufren esa anomalía.

Ésa es una diferencia entre las orcas salvajes y las de los parques de atracciones. Hay otra más dramática: las orcas salvajes no atacan a las personas. Esto ha quedado de manifiesto de manera dramática en las islas Crozet, cerca de la Antártida, donde las orcas salen del agua (igual que en Península Valdés, en Argentina) para comer focas. Estos animales saben distinguir perfectamente cuándo se trata de una persona o de un elefante marino, y sólo atacan a los segundos. El macho que el lunes asesinó a su cuidadora, Tilikum, tiene la aleta tan doblada que en las fotos, parece que no la tiene.

Hay más: una vez que ha pasado los primeros años de vida, en los que su tasa de mortalidad es muy alta, una orca en libertad puede vivir fácilmente hasta los 60 años. En cautividad, normalmente no llega a los 30, aunque su esperanza de vida está aumentando. Las orcas cautivas perecen frecuentemente de neumonía, una enfermedad poco común entre sus congéneres salvajes. Finalmente, las orcas cautivas paren más jóvenes que las salvajes, y frecuentemente rechazan a sus crías.

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